Tenía cinco años cuando aspiré a protagonizar mi primer musical. El jardincito al cual asistía decidió cerrar el año con un show inspirado en la reina de los bajitos. Como toda niña de los noventa, me pasaba las tardes mirando a Xuxa, practicando sus coreografías, sus gestos y haciendo playback, por lo cual decidí presentarme al casting. Me animaría a jurar por el Gauchito Gil que fui la mejor (modestia aparte). Luego de ejecutar mi acto, quedé muy sorprendida al ser rechazada. No había justificación técnica, artística o ética para tal resultado. Es que yo desconocía que había un casting previo, un casting oculto que no pasaría jamás, pero que se repetiría constantemente en otros escenarios de mi vida. No recuerdo si mi maestra me explicó finalmente que Xuxa era blanca y rubia y yo era así como soy, pero mi carrera como artista terminó. Xuxa era blanca y yo era así como soy, pero ¿cómo soy? Tardé bastante tiempo en ponerle nombre a esta inquietud, en llenarla de emociones y sobre todo, en acariciarla con significados.

Soy mujer, conurbana, soy marrón. No soy ni negra ni indígena. Pertenezco al colectivo de personas marrones que ocupamos lugares marginados en la estructura social, somos los sectores con menos acceso a todo y los que encabezamos las estadísticas del desempleo, la trata, la falta de vivienda, la discriminación política y la exclusión educativa. Autopercibirme marrona fue un  proceso que me llevó a leer, repensar mi historia y hacerme preguntas, muchas preguntas. En esta búsqueda, conocí al Colectivo Identidad Marrón, un espacio que nuclea personas marrones -hijxs y nietxs de indígenas y campesinos de América- unidas para debatir sobre el racismo estructural en nuestro continente y encontrar respuestas a ello. 

En Argentina, existe un racismo estructural, nuestro pueblo conoce diferentes formas de colonización: desde el enclave colonial y la invasión, hasta la injerencia externa que afecta los asuntos internos del país en tiempos democráticos. La discriminación racial impregna absolutamente todo: no hay personas marrones en la publicidad, en el prime time, en puestos de poder, de enseñanza; en definitiva, no hay personas marrones en lugares de visibilidad. 

No hay personas marrones tampoco en la política. Cuando, excepcionalmente, tenemos algo de protagonismo, nos piden que diluyamos nuestra identidad, como si fuéramos una paleta de acuarelas, manipulable a la mano que nos hace. Recuerdo que, la primera vez que fui candidata a concejala, un compañero me planteó lo que, en realidad, muchxs pensaban: “vas a tener que blanquearte un poco para ser candidata”. Las marrones ni siquiera somos protagonistas en las organizaciones populares que dicen representarnos. En estos espacios, aunque tal vez sin quererlo, también replican la lógica de ascenso que permite que la mayoría de la dirigencia esté compuesta por personas de rasgos bien marcados, rasgos blancos, eurocéntricos y obviamente, por varones.

Desde esta mirada, entiendo que hay que construir un feminismo descolonizador, una práctica política que cuestione todos los privilegios, que cuestione el sujeto único y eurocéntrico; un feminismo popular que se organice habitando en los márgenes, en las necesidades sociales, económicas y políticas de las que menos tienen. Debemos descolonizar la política sin el tutelaje de nadie, la descolonización debe atravesar nuestro pensamiento, nuestra sexualidad y nuestros sueños. 

Este veintiuno de marzo es el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, día que se recuerda por la matanza de Sharpeville en 1960 en Sudáfrica, cuando la policía abrió fuego contra una manifestación pacífica que protestaba contra el apartheid.  Y además, es mi cumpleaños; por eso, quiero brindar por todas las marronas del mundo. Quiero brindar para que nunca más las marronas queramos ser Xuxas, quiero que amemos ser nosotras mismas, quiero que tengamos nuestros propios sueños, sin castings ocultos, ni modelos únicos. Quiero que escribamos nuestra historia, reivindiquemos nuestra cultura, que nuestro trabajo sea reconocido y remunerado, que podamos ser ciudadanas de nuestra tierra. Quiero que valoricemos nuestra forma de mirar y nuestra belleza, que construyamos nuestras victorias, quiero que vivamos nuestras vidas y nuestros amores con orgullo y libertad como siempre debería haber sido. Quiero que bailemos hasta que el heteropatriarcado blanco y racista se venga abajo.

Texto: Lis DiazMilitante feminista del Movimiento Evita. Nació en el barrio Ejército de los Andes. Actualmente, es Concejala de Tres de Febrero por el Frente de Todxs.

Fotografía: Facundo Nivolo. Estudió fotografía en CEAVAO y se formó como fotoperiodista en ARGRA. Estudió Historia de la fotografía social y documental en la UBA. Colaboró con numerosos medios de comunicación alternativos, comunitarios y de distribución masiva. Actualmente, trabaja la comunicación de movimientos sociales y es colaborador de Revista Macacha, Acción, Anfibia y Cosecha Roja.

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