Por Gabriel Fernández *

Tres psicólogos, especialistas en adolescentes, señalan que «Pareciera que la violencia es el único modo de hacerse hombre». A partir de ahí, desgranan cuestionamientos a los conceptos de hombría, potencia y masculinidad. También destacan la existencia de un placer por matar y llegan a admitir, en el único acierto del artículo, que en otro período hubiera sido vergonzoso golpear a alguien en el suelo.

Así como hemos señalado que comunicacionalmente calificar a un violador como macho violento y poderoso que sojuzga a sus víctimas no es otra cosa que decir lo que el delincuente desea, pues tal es la imagen que anhela mostrar públicamente debido a su escasa potencia real, estas interpretaciones se aproximan bastante a aquello que los “rugbiers” necesitan para justificar el acto de cobardía más extremo: atacar a uno entre muchos. Identificar en una realización periodística asentada en psicólogos lo ocurrido con la hombría, la virilidad y la potencia no es más que tergiversar los hechos y brindar aquello que los criminales necesitan.

De allí que cuando analizamos lo sucedido cerráramos con la frase “a ver si todavía tienen que pelear mano a mano”. Ni la hombría, ni la virilidad, ni la potencia –y me animo, tampoco la violencia- son elementos negativos. A lo largo de los años he observado que una dosis razonable de valentía para afrontar circunstancias físicas difíciles mejora la personalidad, aún en asuntos intelectuales. Aquél que se anima al contraste frente a frente, a decir lo que hay que decir en el momento justo y sin respaldo extra, suele pensar más en profundidad, entender mejor. Contra lo que se piensa al describir el modelo del “macho”, esa persona suele ser más abierta conceptualmente para admitir ciertas objeciones.

Los “rugbiers”, como los violadores, no transmiten hombría, virilidad o potencia. Expresan cobardía, esa cobardía que implica golpear al débil, al indefenso, al que está en inferioridad de condiciones. Por eso necesitan narradores como los que señalamos en los medios argentinos, que los presenten ante la opinión pública como tremendos machos feroces cuando en verdad son unos pelotudos. La combinación de esa expresión con la de cobardes es exacta y por allí deberíamos rumbear si queremos hacer lo único posible mediáticamente en tanto la Justicia actúa: desprestigiar el accionar patoteril de los abusadores en vez de realzarlos como lo que quieren ser.

Y no esquivemos el bulto –ja-. Frente al título volanta de Página, es preciso realzar: la violencia es un modo de hacerse hombre. La violencia es una parte de nuestra configuración como personas y tiene un valor destinado a defender el derecho propio, a sostener una idea humillada, a contener un amigo agredido. El pibe que ingresa a la escuela primaria, en algún momento, tendrá que ejercer algún tipo de acción firme para advertir que con él no se juega. Será sano que empuje a un grandote prepotente aunque sufra las consecuencias; así evitará, en el mano a mano, ser víctima de ataques venideros.

Por estos tiempos esas situaciones se tratan institucionalmente. Para la “escuela” impedir el llamado bullying –tomar de punto a un pibe- implica ser buenitos y no agredirse. Que todos los niños del país lo sepan: para no ser tomados de punto necesitan plantarse ante el agresor y hacerse valer. No hay otra metodología. Y lo que seguro no debe hacerse es realzar la presunta valentía del atacante y ponerlo en el pedestal que, sin esfuerzo, desea ocupar. Cuando los docentes explican que fulanito es “bravo”, “tiene carácter” y “debe dejar de hacer valer su fuerza” lo entronizan y lo premian justamente en el lugar que su familia, también cobarde –seguramente-, en verdad anhela.

Los “rugbiers” no se han hecho hombres. Se han disminuido. Sus penes son de menor tamaño tras el crimen. Ni uno sólo de esos zonzos privilegiados ha incrementado su valentía, su virilidad, su audacia. Lo mismo que los violadores y todo aquél que ataca a quien está en inferioridad de condiciones. La violencia interior desatada ante las injusticias sí contribuye a realzar el valor de una persona. Para patear a alguien caído no hace falta valor; es apenas el accionar mecánico de un cagón que castiga sin riesgo. Las causas dignas de ser afrontadas son aquellas que, de modo variado, implican un peligro.

Tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia argentina las han afrontado con genuina gallardía. Lo único que falta es que se admita que para hacerse hombre –o mujer- haya que participar en un linchamiento. Mientras los medios sigan insistiendo en que los agresores son valientes machos feroces, los inferiores tendrán una vía para curarse en salud y “demostrar” que su condición es de valía. Pero esa condición no se transforma, se acentúa: pelotudos y cobardes. Quien encuentre desde la psicología términos mejores, que los aplique. En estas páginas han tenido que afrontar un periodista que incorpora lenguaje callejero. Es que la virilidad, no está nada mal. Y la violencia, es parte genuina del ser humano.

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